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Publicado el 21 de julio de 2017 | por Richard Dees

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¿Por qué PayPal?

Si yo fuese un ciudadano periodista malpensado, tremenda redundancia por cierto, diría que mi intención es comprarme una mansión palaciega en Maldivas, a la orilla del mar, para seguir haciendo El Radio desde allí mientras pongo a remojo mis pinreles. O si no, como decía Tom Wolfe, cumplir el deseo oculto de todo periodista: escribir un best-seller y dedicarme el resto de mi existencia a vivir de las rentas. Como soy bastante vago para escribir, yo intento lo mismo pero con El Radio.

Dos teorías, las anteriores, bastante plausibles… pero completamente falsas.

En realidad, la explicación es mucho más prosaica. Poner en marcha la web (independiente) de El Radio supuso unos costes iniciales –compra del dominio, diseño de logos, estructura de la misma web, pago inicial del alojamiento, asesoramiento…– y unos costes fijos –el alojamiento hay que seguir pagándolo, que no todo en Internet es gratis– que hay que financiar de alguna manera.

Digan lo que digan, y por mí pueden seguir diciéndolo hasta que se les acalambren la lengua y/o los dedos, no hay nada detrás, delante, encima, debajo de El Radio, nadie lo compró y, por el momento, nadie lo comprará. Soy receptivo a ofertas, no os quiero engañar, pero dudo que haya quien quiera soltar la pasta suficiente como para retirarme a Maldivas a hacer lo que más me gusta: nada de nada, la nada absoluta.

Desde el punto de vista “empresarial” –nótense las comillas–, El Radio es mío y de nadie más, sólo respondo a mis criterios porque estoy solo en este proyecto. Ahora bien, si queréis echarle una mano a este pobrecito hablador, ahí tenéis un botón para hacer vuestra aportación. No pretendo que os quedéis sin comer una semana, así que soy modesto en cuanto a mis aspiraciones. Además, sé que nunca cumpliré ese sueño del que hablaba Wolfe, así que… lo que vuesas mercedes tengan a bien aportar. Y si es nada, con que sigáis escuchando El Radio me doy por satisfecho.

Gracias de todo corazón.

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Acerca del autor

De joven, supe ser periodista. Después, quise olvidarme. O el Periodismo me olvidó a mí por no reunir las dotes adecuadas: pasilleo con navaja albaceteña oculta en el ego gigante. Ahora disfruto poniendo a los periodistas de la radio frente al espejo. Y lo que ven no les gusta, o creo que no debería gustarles, pero el ego, el suyo, ciega los ojos como el humo de la canción de los Platters.



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